Esta palabra fue oída en medio del fragor del taller-curso realizado con directores y dinamizadores de Centros Cívicos. Se hablaba de proyectos, de visiones, de misiones, de valores (¡Dios, cómo pesa la religión!) y el más avispado de los asistentes utiliza el concepto de la impregnación como el modo en que una idea puede integrarse en el conjunto de las acciones que se llevaban a término. En vez de dirigir y tutelar, que es lo que se espera de nosotros en tantos casos, impregnar, dejar rastro que no se va porque al final es capaz de pegar, de unir. Y pensé, no entonces ciertamente, en otra palabra, la capilaridad, que se emplea tanto en América y que es otra manera de hacer lo mismo y después me encontré con otra, con la sociedad polen, igualmente sugerente al sugerir que la aportación más importante de las abejas no viene de la laboriosidad sino de la polinización y por lo tanto de su poder de impregnación y capilaridad. Y en tres palabras, que no son más que tres símiles, una manera de ver las cosas, una visión fragmentada, esquiva, difícil de aprehender, complicada de llevar a cabo pero, claro es y ese es el poder de las palabras, instigadoras.